un latido azul 


Nadad. Nadad tanto como podáis. No hay que hacerlo bien, ni tener gracia. Sólo dejar las bolsas en la arena, quitarse la ropa, las chanclas y correr hacia el mar. Así, de repente. Sin pensarlo demasiado. Porque si nos lo pensáramos demasiado, nunca haríamos nada.

Y de repente: esa sensación de frío que recorre el cuerpo, la respiración que se entrecorta, la cabeza rodeada de agua. EL SILENCIO. Las voces del exterior suenan lejos, los problemas y las preocupaciones, las conversaciones a medias y el mal humor, también. Las perezas y la lavadora por tender. Todo eso se desvanece y llega la conexión con la naturaleza. Con nosotras. Porque, amiguis, el mar late azul.